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Ana Gallay: mucho más que mejor jugadora de beach vóley

La entrerriana se prepara para los torneos más importantes del año mientras, en silencio, deja su huella en la comunidad luego de una vida de sacrificios. Conocé cómo la mejor jugadora de beach ayuda en Mar del Plata, su ciudad adoptiva.

Cuando Ana Gallay llegó de visita al comedor que había ayudado a refaccionar en Mar del Plata, los nenes carenciados que allí habían almorzado ya estaban, gomera en mano, trepados a los árboles del lugar. Entonces ella, lejos de sacar una pelota de vóley para disfrutar un momento con ellos, eligió sumarse a su juego. Y los sorprendió con una propuesta. “¿Quieren jugar un mini torneo con la gomera a ver quién le pega más a una botella de plástico?”, les preguntó. Los nenes, un tanto descreídos, sólo atinaron a devolverle la sonrisa. “Bueno, pero usted no nos puede ganar”, contestó el más osado. Claro, él y sus compañeritos no sabían que la mejor jugador de beach vóley del país la tiene muy clara con la gomera y les iba a terminar ganando a todos. “Gran parte de mi infancia me la pasé con una en la mano, con mi hermano menor y sus amigos, en Nogoyá, mi pueblo en Entre Ríos. Siempre tuve mucha puntería”, admite ella, quien en los últimos seis años popularizó esta modalidad del vóley con resultados históricos para nuestro país.

Así es esta mujer de 33 años. Tranquila, cálida, sencilla y sensible, más allá de que en la arena sea una activa guerrera. Por eso, en los momentos que no se entrena o compite, le encanta ayudar a los que más necesitan. Porque ella, de chica, tuvo que hacer más de un sacrificio para continuar con su sueño. Ana vivió ocho años en el campo, donde se entretenía con una pelota de vóley que le habían regalado. Así empezó su pasión que terminó de fanatizarla cuando fue llamada al seleccionado entrerriano a los 13. Durante cuatro años se entrenaba sola en su pueblo durante la semana y los finde viajaba 120 kilómetros hasta Aldea Brasilera, otro pueblo. “Yo no pasé hambre, como tantos chicos padecen hoy, pero es verdad que mi familia tuvo que hacer esfuerzos y me ayudó mucho. Yo vendí rifas, publicidad, para poder costearme los viajes”, cuenta. Pero, cuando pudo, devolvió favores. “Cuando me recibí de profe, di clases en Crucecita Octava, a 70 kilómetros de Nogoyá. Iba en moto. En invierno salía a las 6,30, casi de noche, y me congelaba con el frío que hacía en los caminos. Hasta me agarró hipotermia, pero lo hacía feliz”, cuenta hoy.

A Ana siempre le gustó ayudar. Por eso no sorprende que se haya sumado a Huella Weber, el programa social de Weber Saint Gobain que tiene nucleados a buena parte de los deportistas olímpicos más talentosos y, a la vez, comprometidos del país. “Es un orgullo y un placer. Siempre quise ayudar y nunca supe cómo. Hasta que llegó la empresa y me dio todo para poder hacerlo. Nosotros, los deportistas, elegimos un lugar y la empresa va y refacciona o construye lo que se necesita”, explica Gallay. Ella, primero, eligió el Hospital San Blas de Nogoyá, que recibió los materiales. En 2018 se afianzó con un proyecto en el comedor Dulces Sonrisas de Mar del Plata, donde está radicada para poder entrenar mejor, y en 2019 arrancó un nuevo en el merendero Valeria en el barrio Nuevo Golf. “Es muy lindo ver cómo mejoró el comedor y eso me motivó a empezar con otro. Fue difícil elegir uno, porque en dos años se abrieron 34 comedores nuevos en la ciudad, pero me incliné por el de María, que decidió abrirlo en honor a su hija, Valeria, que falleció”, cuenta Ana. Funciona tres veces por semana y atiende a 120 chicos, aunque ahora también se sumaron las madres. Allí, además, empezó a funcionar una escuela improvisada para adultos. “Allí aportaremos nuestro granito de arena. Y para ellos será muy importante, para que puedan vivir un poco mejor”, resalta ella.

En lo deportivo, Gallay no para. En dupla con Fernanda Pereyra, empezó el año con muy buenos resultados en el circuito sudamericanos y ahora, desde el 19, se viene la parte más importante. “Disputaremos la primera etapa del circuito mundial en Itapema, Brasil, y luego nos iremos de gira durante dos meses por Europa. Allí habrá cuatro etapas más y más tarde el Mundial, donde buscaremos pasar la zona y avanzan lo más posible. Después vendrán los Panamericanos de Lima, donde el objetivo difícil será una medalla”, reconoce Ana, quien con Georgina Klug, en su momento, logró meterse entre las 12 mejores parejas del mundo, clasificar a los Juegos Olímpicos y ser oro en los Panamericanos. “Llevamos apenas un año y medio con Fernanda y estamos muy bien, afianzándonos como dupla”, opina Ana. Guerrera en la cancha. Y afuera, también, queda claro.

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