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Cristina desde el Senado comenzó a pelear contra la reforma previsional

Fue la única de los veintitrés senadores que juraron que lo hizo sola frente a los Santos Evangelios. Se puso al mando como aquel día en que bajo una torrencial lluvia rechazó ayuda a quien ofreció sostenerle el paraguas mientras caminaba detrás del féretro de Néstor Kirchner. Cada gesto de Fernández de Kirchner Cristina Elisabet –así la presentó la vicepresidente Gabriela Michetti– la mostró otra vez en actitud de «jefa», aun cuando hubo senadores que permanecieron distantes o que la esquivaron hasta con la mirada, como fue el caso de Miguel Ángel Pichetto, y aun cuando en su entorno insisten en que no quiere separar y que prefiere un bloque fuerte, opositor y unido.

A las 10 en punto llegó con su custodia al Senado de la Nación y el ingreso por la calle Yrigoyen esquina Entre Ríos debió ser vallado por completo porque sus seguidores vitoreaban por ella y cantaban consignas antimacristas. La acompañaron los diputados electos por Buenos Aires de la lista que armó a dedo por Unidad Ciudadana, Fernanda Vallejos, Vanesa Siley, Roberto Salvarezza y Fernando Espinoza, que acaba de dar un paso al costado en la interna del PJ provincial a favor de la unidad y que por estas horas es premiado con la vicepresidencia del bloque de diputados del FpV-PJ. Si CFK jugara al ajedrez, serían movidas de un tablero y no su plan político, pero en este caso es más o menos lo mismo.

Como si fuera la invitada principal, la ex presidente entró al recinto después de que la vicepresidente Gabriela Michetti tomara posición en su lugar para arrancar la sesión especial. Entró y hubo fotos y aplausos mientras las nuevas alianzas quedaban expuestas: besos y abrazos con el gobernador Alberto Rodríguez Saá (el único que no firmó el acuerdo fiscal con la Casa Rosada) y cuchicheos permanentes con Adolfo Rodríguez Saá que quedó sentado al lado de la banca que ella ocupó por el día, hasta el 9 la de María Laura Leguizamón.

Por provincia y por orden alfabético juraron de a uno los senadores electos nacionales, todos acompañados por más de cuatro familiares que son los habitualmente permitidos. Esteban Bullrich fue el primero, ganador de la elección bonaerense junto a Gladys González ,ausente por estar de viaje en China. Un caballero, Bullrich hizo lo que ningún otro dirigente de Cambiemos: al pasar junto a su ex adversaria la saludó con un beso.

«Vamos, jefa» le gritaron varias veces desde los palcos mientras se oían otros dos gritos: «Una esperanza para el pueblo», la voz de una mujer,  mientras un varón le espetó «ahora no te reís, ¿no?». Personal de seguridad se acercó al palco desde el que se oyó el último grito y CFK juró sin inmutarse. Lo hizo por Dios, por la Patria y por los Santos Evangelios mientras Pichetto se mantenía serio sin gestos visibles que denotaran alguna emoción que estuviera sintiendo.

Lo que se vio durante el resto de la ceremonia de jura fue el preámbulo de lo que ocurriría luego, durante dos horas, en el despacho de la cuñada de Máximo Kirchner, Virginia María García. Cuando juró el senador José Mayans y se acercó a saludar a la ex presidente, ella lo tomó de ambas manos, le estampó dos besos con los labios a un costado para no dejarle la marca del rouge que llevaba puesto y señaló con sus dedos hacia arriba y hacia adelante como invitándolo a subir más tarde.

Como ella, dos de los más aplaudidos fueron radicales, el riojano Julio César Martínez al que le gritaron «sí se pudo» y Eduardo Costa, que le ganó por fin en Santa Cruz al kirchnerismo. Después de jurar, el senador electo empezó a caminar por el pasillo hacia la salida, pero esta vez la encargada de ceremonial no tuvo que abrirle paso porque CFK dejó de susurrarle al oído a Adolfo Rodríguez Saá, se corrió medio metro hacia su derecha y se puso a conversar con una senadora electa por Misiones que estaba parada detrás suyo. Para cuando volvió a su lugar, Costa ya estaba dando la vuelta hacia su propia banca y lejos de ella.

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